En los últimos años el crecimiento del llamado Rock Rioplatense (esa mezcla de rock, reggae, ska, candombe, cumbia, y algo más), creció exponencialmente. El éxito multitudinario de Los Piojos (pos Tercer Arco), Bersuit (pos Santaolalla), la migración de bandas símil de Uruguay (La Vela Puerca, No Te Va Gustar) sumado a la resurrección del ska como ritmo juvenil/protestón/divertido crearon el terreno fértil para el surgimiento de un sinfín de bandas similares. A causa de esto, a veces se hace difícil encontrar una que, cumpliendo todo lo anterior, tenga algo diferente, distintivo, o al menos, interesante.
Entre todas estas bandas, una que muestra algo (diferente, distintivo y/o interesante queda a la elección
del oyente/lector) es Chau Pekín. El año pasado, el grupo conocido (o al menos escuchado sin saberlo por la mayoría) por la cortina de “Metro y medio” (una de las mejores de la radiofonía argentina, después de la de “Otra Vuelta”, a manos de Teófilo Deveaux), sacó su disco debut, “Las horas no pasan lentas”.
En este, la banda incursiona en los diferentes estilos con una variada instrumentación que incluye guitarras, bajo, batería, percusión, trompeta, charango, teclados, sintetizador, saxo, clarinete y armónica. Y esto se ve acrecentado por la buena voz de Diego Litmanovich, mezcla de rockera y tanguera, el gran nivel (y extensión) de las letras, y los arreglos de vientos que adornan casi todas las canciones del disco.
De esta manera, Chau Pekín sumerge en los primeros siete temas al oyente en una especie de degradé musical, que va desde el rock contestatario “Romper el código” (“Yo vi morir, Yo vi matar con abuso de la autoridad”), pasa por el ska despechado “Que no”, sigue con un ska mid tempo (o un reggae fast) homenaje al día polémico de la semana en “Domingo”, para bajar un poco más en el reggae “La feli´”, (dedicado a Mar del Plata, claro), subir apenas en el candombe “Copetear un charlatín” (“De nuevo se fueron transformando en viejos, con la textura de aquel sauce tan llorón rugoso como solamente se hace el vicio de tragar tiempo sin amor") , y usar el tangazo “En un tiro sí” como una previa a la cumbia “Muchacha”, en la que cuenta en cinco minutos la, mil veces hecha novela, historia de amor entre estratos sociales (“Yo sé que pensás que somos de clases sociales tan diferentes, la gente te miente somos lo mismo y lo mismo son. Ambos venimos de un vientre y necesitamos respirar”). Y, como si eso fuera poco, el sumun llegará minutos más tarde, cuando en “Quebrado”, Litmanovich le cante a las bondades del infierno mental del abandonado (“Mirando al cielo para reciclar consuelo imagine en reflejos la silueta de dios. Y me escupió con una lluvia de granizo hizo lo que quiso y no pidió perdón").
Un disco completo. Para los puristas es recomendable mantenerse alejados, pero los adeptos a la música fusión encontrarán en “Las horas…” una obra atractiva, y en Chau Pekín un buen representante del Rock Rioplatense (aunque esto quedaba a su elección).
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