¿Cómo alguien puede escribir una historia como la de El libro de Eli y pensar que a otro le va a interesar? ¿Qué se le cruza por la cabeza a otro para financiarla y hacerla película? Para esto segundo, solo hay una respuesta: Ser el protagonista.
El libro de Eli cuenta la historia de un mundo post-apocalipsis en donde predomina la violencia y el individualismo, y donde el agua es el bien más preciado. Denzel Washington encarna a Eli, un hombre solitario que posee un libro con un mensaje que puede salvar a la humanidad y que defiende contra todo (y todos). En el camino al Oeste, donde debe dirigirse por el mandato de una voz interior, llega a un pueblo manejado por Carnegie (Gary Oldman), quién además de ser el que posee el agua, es un coleccionista de libros y está en busca de uno especial. Y sí, uno tiene un libro, el otro busca libros… esa se supone la trama. En el medio aparece la fe y un mensaje religioso tan ridículo que ni siquiera la iglesia hubiera escrito.
La película dirigida por los hermanos Hughes, y escrita por Gary Whitta, es un rejunte de situaciones inverosímiles, frases hechas y lugares comunes mezcladas con una estética western y algo de cine oriental que deja como resultado una de las peores y más aburridas películas de los últimos tiempos.
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